Un documental que recorre la historia de las palabras, la música y los efectos sonoros en las películas conquista Cannes.
Cada año el festival de Cannes proyecta un documental extraordinario en su sección Cannes Classics. El de esta edición no solo es remarcable en su contenido sino también en su forma de narrar y explicar uno de los aspectos a priori más farragosos de una película: el sonido. Making Waves: The Art of Cinematic Sound es accesible, entretenido, divertido y educativo. Dirigido por Midge Costin, antigua montadora de sonido y profesora en la actualidad de esa materia en la Escuela de Artes Cinematográficas en la University of Southern California (USC), el documental es un canto de amor al sonido en las películas, y también un homenaje a los tres pioneros que impulsaron este campo hasta la calidad actual: Walter Murch (Apocalypse Now), Ben Burtt (La guerra de las galaxias) y Gary Rydstrom (primer creador de sonidos digitales en películas como en Parque Jurásico y ganador de siete Oscars).
Al inicio de la proyección, varios popes declaran su amor al sonido. Walter Murch asegura que el sonido es una ilusión; Christopher Nolan, que el sonido da la escala de la película; Robert Redford, que si eres un cineasta artista, el sonido forma parte de esa esencia; George Lucas, que el sonido cuenta historias… David Lynch es más rotundo: “Todos hablan de la imagen, nadie lo hace del sonido y a veces es hasta más importante”. No hay más que pensar en el desembarco de Normandía al inicio de Salvar al soldado Ryan para entender que el sonido crea atmósferas, añade información imposible de obtener con la imagen. En El Padrino, Murch añadió el sonido del paso constante de trenes en el primer asesinato de Michael Corleone para aumentar la sensación de incomodidad. Costin ofrece bastantes ejemplos en su defensa de esos técnicos —muchos, mujeres, más que en otros apartados de la industria fílmica— al servicio de lo que los cineastas quieren contar.
La directora arranca con una teoría: por lo que revolucionó El cantor de jazz el cine no fue porque Al Jolson cantara, sino porque su voz se escuchaba en las secuencias dramáticas. Y lo subraya con el “¡No! ¡No!”, de M, el vampiro de Düsseldorf, o el “¡It’s alive!”, de Frankenstein. En 1933 llegó el primer gran hito con la labor de invención de Murray Spivack, que creó los gruñidos y rugidos imaginados de las criaturas de King Kong. En 1941, Orson Welles llevó las capas sonoras y las profundidades de campo que había usado en la radio al cine con Ciudadano Kane. Y ahí el sonido se estancó en los grandes estudios, que vaguearon en este apartado técnico repitiendo una y otra vez las grabaciones de sus bibliotecas de sonidos (gritos, balazos y bofetones suenan igual durante décadas en Hollywood porque son los mismos). Solo creadores como Alfred Hitchcock —como ejemplo, en Los pájaros—, David Lean y Stanley Kubrick invirtieron tiempo y dinero en dar a sus películas ese algo más que aporta el sonido.
Y en eso apareció Walter Murch, amigo y compañero de batallas de Coppola y Lucas. Murch formó parte del equipo fundador de American Zoetrope, productora con la que Coppola y Lucas querían derribar las fronteras que separaban los diversos departamentos técnicos de una película. Apocalypse Now fue el gran hito de Murch por sus capas y su minuciosidad. El Nuevo Hollywood, como mostraron La conversación, Nashville o Tiburón, ponía la banda sonora —música, sonido y efectos— a la misma altura que la imagen. A Murch le interesaba mucho el trabajo del músico experimental Isao Tomita, que multiplicaba los altavoces en sus conciertos, y así llegó al Dolby Stereo.
Como Murch estaba sobrepasado de trabajo, George Lucas cogió a un joven ayudante, Ben Burtt, para imaginar la banda sonora de Las guerras de las galaxias. Fue el salto del sonido a la modernidad, además de crear sonidos nunca antes escuchados: ya había habido naves y tiros en el espacio, pero jamás como en La guerra de las galaxias, para la que inventó hasta el habla de Chewbacca (con un oso hambriento) o el de los robots. Finalmente, el sonido fílmico entró en la época contemporánea cuando en Pixar contrataron a un joven Gary Rydstrom (ya que Burtt estaba también sobrepasado por los encargos), creador de los sonidos digitales que arrancaron con Toy Story.
Midge Costin dedica la parte postrera de su documental a dividir en tres partes las labores de sonido en una película y a explicarlas con ejemplos y técnicos y cineastas actuales: Voz -compuesto a su vez por grabación en directo, montaje de diálogos y doblaje-, Efectos de sonido -dividido en efectos ya existentes, creación de sonidos y creación de atmósferas- y las bandas sonoras. Con su viaje, Costin logra que desde ese momento el espectador oiga de manera distinta sus películas favoritas.